¿Estamos genéticamente programados para torturar? ¿Somos capaces de infligir dolor físico a otra persona solo por cumplir órdenes? Estas y otras preguntas parecidas llevaron a Stanley Milgram a diseñar unos experimentos de psicología social para responderlas en 1961, unos meses después, de que Adolf Eichmann, mano derecha de Hitler, fuera juzgado y sentenciado a muerte por crímenes contra la humanidad. Eichmann argumentó que él solo seguía órdenes y que nunca hizo nada bueno o malo sin que se lo ordenaran desde arriba.