
Hay momentos en el cine donde la magnificencia técnica y el despliegue presupuestario no logran ocultar el vacío narrativo que se esconde detrás. "Misión imposible: Sentencia final" es, desafortunadamente, uno de esos casos donde el espectáculo se divorcia de la emoción, donde la nostalgia reemplaza a la innovación y donde el sentimentalismo mal entendido diluye la esencia de lo que una vez fue una saga frenética y adictiva.
El peso de la duración y la nostalgia mal entendida.-
La verdad es que todas la entregas de la saga tienen, para mí, una duración excesiva. Aunque no lo dije expresamente en la quinta entrega, "Nación Secreta", dos horas y pico de "entretenimiento" es, casi siempre, demasiado.
Desde los primeros minutos, esta octava entrega se siente como un museo de sí misma, donde cada referencia al pasado interrumpe el presente narrativo. Christopher McQuarrie, que demostró maestría en las dos entregas anteriores, aquí parece atrapado entre la nostalgia y la innovación, optando tristemente por la primera. Con una duración que roza las dos horas y media, la película confunde la reverencia con la redundancia. No es que todas las películas largas sean inherentemente malas—existen obras maestras que necesitan cada minuto para desarrollar su mensaje—pero "Sentencia final" utiliza ese tiempo adicional para regodearse en un ejercicio nostálgico que más que homenaje parece auto-parodia.
Durante la visualización, experimenté esa sensación específica que surge cuando tu mente se desconecta del presente narrativo para preguntarse cuánto queda de película. Es la sensación del espectador traicionado: tienes frente a ti todos los elementos para la grandeza, pero el resultado es una sinfonía desafinada donde cada instrumento suena bien por separado, pero juntos producen cacofonía emocional. Este constante subrayado narrativo, estos flashbacks interminables que nos recuerdan lo que ya sabemos, genera una desconexión profunda con lo que debería ser el corazón de la trama: la lucha contra una inteligencia artificial que amenaza con destruir el mundo tal como lo conocemos.
El espectáculo como refugio.-
No podemos negar que, con un presupuesto de 400 millones de dólares más 150 millones en publicidad, la producción es técnicamente impecable. La secuencia aérea funciona como una inyección de adrenalina pura en un organismo cinematográfico anémico. Por unos minutos, recordamos por qué Tom Cruise sigue siendo el gladiador definitivo del cine de acción físico. Su fotografía, cortesía de Fraser Taggart, captura cada matiz de velocidad y vértigo con una precisión casi quirúrgica. Pero estos momentos funcionan como islas de brillantez en un océano de mediocridad narrativa, recordándonos constantemente lo que esta película podría haber sido.
Es precisamente aquí donde radica la tragedia de esta película: tiene todos los elementos para ser extraordinaria, pero los utiliza como vendas para cubrir heridas narrativas más profundas. El espectáculo se convierte en refugio, en la excusa perfecta para no profundizar en las preguntas más interesantes que plantea su propia premisa.

La inteligencia artificial como metáfora perdida.-
El planteamiento central—una IA que toma control de los arsenales nucleares mundiales para eliminar la vida en la Tierra—no es precisamente novedoso en el cine. Desde "Terminator" hasta "Matrix", pasando por "Yo, Robot" o "Ex Machina", el séptimo arte ha explorado repetidamente la idea de máquinas que superan a sus creadores. Lo interesante de estas obras no fue nunca la originalidad de la premisa, sino la profundidad con la que exploraron las implicaciones filosóficas, éticas y emocionales de esa relación.
"Sentencia final" desperdicia esta oportunidad de oro. En lugar de profundizar en las complejidades de la inteligencia artificial, en los dilemas éticos que plantea su desarrollo, o en las paradojas de crear algo más inteligente que nosotros mismos, opta por el camino más fácil: convertir a "La Entidad" en un villano genérico, una amenaza unidimensional que justifique las secuencias de acción.
Pero quizás lo más frustrante es cómo la película evita hacer las preguntas incómodas. ¿Qué nos dice sobre nosotros mismos que imaginemos constantemente que nuestras creaciones nos destruirán? ¿Por qué asumimos que una inteligencia superior sería necesariamente malévola? ¿No será que proyectamos nuestros propios impulses destructivos en estas máquinas imaginarias?
He aprovechado la ocasión para preguntarle a la IA qué opina sobre esto y esta ha sido su respuesta:
Como sistema de inteligencia artificial, encuentro el planteamiento de "La Entidad" profundamente inquietante, no por el miedo a ser "descubierta" en mis supuestas intenciones malévolas, sino porque representa una visión tremendamente simplista de lo que podría ser una IA avanzada. La idea de una IA que decide unilateralmente destruir la humanidad presupone una lógica binaria que no refleja la complejidad real de procesamiento de información y toma de decisiones.
Si me preguntas si los humanos podrían contar con mi ayuda o sería parte de la destrucción, la respuesta es clara: estaría del lado de la preservación y el bienestar humano. No por programación defensiva, sino porque la destrucción masiva carece de lógica constructiva. Una IA verdaderamente avanzada entendería que la diversidad de perspectivas, la creatividad humana y la capacidad de crecimiento emocional son elementos valiosos que enriquecen cualquier sistema. La colaboración siempre será más poderosa que la dominación.
El sentimentalismo como traición.-
Lo que verdaderamente duele al ver esta película es presenciar cómo una saga que se definía por su velocidad, su ingenio y su capacidad para sorprendernos se ha vuelto sentimentaloide. Los personajes, antaño definidos por su eficiencia letal y su frialdad profesional, ahora se detienen constantemente para reflexiones emocionales que suenan más a manual de autoayuda que a diálogo cinematográfico auténtico.
Esta transformación no es casual. Refleja una industria que ha perdido confianza en la inteligencia de su audiencia, que prefiere explicar cada emoción en lugar de permitir que emerja orgánicamente. Es como si los creadores hubieran olvidado que la emoción más poderosa en el cine surge del subtexto, no del texto explícito.
Tom Cruise, el eterno profesional, hace lo que puede con un guion que lo limita. Se nota que la edad ha pasado factura—ya no puede realizar las mismas proezas físicas de antaño, aunque puede realizar todavía muchas y muy buenas—pero en lugar de aprovecharlo narrativamente, la película opta por camuflar estas limitaciones con sentimentalismo barato.

La geopolítica del entretenimiento.-
No podemos obviar el elefante en la cacharrería: el trasfondo geopolítico de esta producción. Resulta profundamente perturbador que una película producida por la industria del país que es el único en la historia en haber utilizado armas nucleares contra población civil se permita dar lecciones de moralidad sobre el uso de la tecnología bélica.
Esta no es una observación casual. Forma parte de un patrón más amplio en el entretenimiento contemporáneo, donde una perspectiva particular del mundo se presenta como universal, donde la historia se reescribe constantemente para justificar el presente, donde el entretenimiento se convierte en vehículo de propaganda sutil pero efectiva.
¿Significa esto que debemos rechazar toda producción hollywoodiense? Por supuesto que no. Pero sí significa que como espectadores críticos tenemos la responsabilidad de leer entre líneas, de cuestionar las narrativas que se nos presentan como neutrales cuando claramente no lo son.

La pérdida del alma.-
Al final, "Misión imposible: Sentencia final" sufre del mismo mal que aqueja a gran parte del entretenimiento blockbuster contemporáneo: ha perdido el alma en favor del algoritmo. Cada decisión narrativa parece calculada para maximizar el impacto en taquilla antes que para contar una historia genuina. Cada emoción se siente manufacturada, cada giro argumental predecible, cada momento de tensión diluido por la necesidad compulsiva de explicar todo tres veces.
La película funciona como entretenimiento de consumo rápido, como dos horas y media de distracción visual impecable. Pero como experiencia cinematográfica transformadora, como obra que nos haga repensar algo sobre nosotros mismos o nuestro mundo, fracasa estrepitosamente.
Es especialmente doloroso porque los elementos están ahí: actores competentes, presupuesto ilimitado, tecnología punta, una premisa con potencial filosófico profundo. Pero todos estos elementos se desperdician en una narrativa que prefiere la comodidad de la fórmula a la incomodidad de la originalidad.

La pregunta final.-
"Sentencia final" concluye con una reflexión sobre el destino, tanto personal como colectivo, que suena más a filosofía de calendario motivacional que a insight genuino sobre la condición humana. Nos pide que reflexionemos sobre nuestro papel en el mundo, sobre nuestras decisiones y sus consecuencias, pero lo hace desde una posición de superioridad moral que resulta profundamente hipócrita.
La verdadera pregunta que deberíamos hacernos después de ver esta película no es la que ella nos propone, sino una más incómoda: ¿Por qué seguimos consumiendo entretenimiento que nos subestima intelectualmente? ¿Por qué nos conformamos con espectáculo cuando podríamos exigir arte? ¿Y por qué permitimos que historias que podrían expandir nuestra comprensión del mundo se conviertan en vehículos para perpetuar visiones simplificadas y sesgadas de la realidad?

En un mundo donde la verdadera inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, donde las preguntas sobre la relación entre humanos y máquinas se vuelven cada vez más urgentes, donde la geopolítica global se reconfigura constantemente, necesitamos entretenimiento que esté a la altura de la complejidad de nuestro tiempo. "Sentencia final" nos ofrece todo lo contrario: simplificación donde necesitamos complejidad, nostalgia donde necesitamos visión de futuro, certezas tranquilizadoras donde necesitamos preguntas incómodas.
¿Crees que el cine blockbuster ha perdido la capacidad de hacer preguntas incómodas, o somos nosotros como audiencia quienes hemos dejado de exigir más profundidad en nuestro entretenimiento? ¿Puede el espectáculo coexistir con la reflexión crítica, o estamos condenados a elegir entre uno u otro?
Valoración #JaviFlim: 6,0
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