
Hay algo profundamente revelador cuando una serie de 300 millones de dólares logra que consultes el móvil durante las escenas de acción. No es aburrimiento exacto —la imagen se mueve, las cosas explotan, la música sube—, pero tu cerebro desconecta porque intuye que nada de lo que está pasando importa realmente. Citadel es ese tipo de entretenimiento: ocupa tu tiempo sin habitar tu memoria.
Terminé los seis episodios con la misma sensación que cuando acabas de comer palomitas en el cine: has masticado mucho, has tragado bastante, pero sigues con hambre. La serie cumple su función básica —pasar el rato—, pero deja un vacío extraño. No te enfada, no te decepciona violentamente. Simplemente... se evapora.
Cuando el dinero grita más fuerte que la historia.-
Los hermanos Russo querían crear su propio universo de espionaje, su respuesta al Bourne de Matt Damon o al Bond de Daniel Craig. El problema es que olvidaron algo fundamental: aquellas franquicias no empezaron como universos, empezaron como historias. Citadel nace al revés, como producto diseñado para expandirse antes de haber encontrado su razón de existir.
La trama sigue un patrón tan establecido que casi podrías ver la serie con el sonido quitado y seguir entendiendo todo. Agencia secreta destruida. Amnesia. Recuerdos fragmentados. Villano que resulta ser el aliado. Aliado que resulta ser el villano. Romance "épico" que supuestamente trasciende la pérdida de identidad. Cada pieza encaja exactamente donde esperas que encaje, como un IKEA narrativo donde todas las instrucciones están numeradas.
Pero lo verdaderamente inquietante es la pregunta económica: ¿dónde están los 300 millones? Porque he visto películas de 30 millones con mejores escenas de acción. He visto series de 50 millones con fotografía más inspirada. Citadel tiene ese aspecto ligeramente plástico de las producciones con problemas: iluminación genérica que no transmite atmósfera, color grading digital que parece aplicado con brocha gorda, efectos visuales que cumplen pero no deslumbran.

La respuesta está en lo que no vemos: los cambios de showrunner, las regrabaciones masivas, los meses de postproducción rehaciendo escenas que no funcionaban. El dinero no se fue en crear belleza, se fue en intentar arreglar un desastre. Y se nota en cada transición extraña, en cada escena que no acaba de encajar con la anterior.
El romance que nunca sucedió.-
Aquí está el fallo más grave de Citadel: Richard Madden y Priyanka Chopra tienen la química de dos actores haciendo audiciones por separado. Y esto no es una cuestión menor, porque toda la serie pivota sobre su supuesto amor inquebrantable, esa conexión que ni siquiera la amnesia total puede borrar.
Pero no hay nada. Ni una mirada que sostenga la cámara más de lo necesario. Ni un silencio cargado de tensión. Ni un roce que parezca involuntario. Todo está marcado, coreografiado, desprovisto de espontaneidad. Es como ver a dos modelos muy profesionales siguiendo indicaciones para un anuncio de perfume: bonito de ver, completamente hueco.
Madden, que fue magnético en "Bodyguard", aquí parece atrapado en un papel que no termina de entender. Los únicos momentos en los que la pantalla cobra intensidad real son cuando aparecen Stanley Tucci o Lesley Manville, actores que llevan décadas dominando el oficio de hacer que un mal diálogo suene creíble.
La construcción por comité.-
Esta vez no voy a entrar en polémicas ideológicas, pero sí voy a señalar algo evidente: cuando un reparto se siente como el resultado de una reunión de marketing en lugar de una decisión dramática, se nota. Y no porque la diversidad sea el problema —no lo es—, sino porque la artificialidad lo contamina todo.
Hay una diferencia enorme entre representación orgánica y cuota cumplida. La primera surge de las necesidades de la historia, la segunda de las necesidades del departamento de ventas. Y Citadel huele a lo segundo. Como si cada personaje hubiera sido diseñado primero en una hoja de Excel de demografía global antes que en una hoja de guion con conflictos y motivaciones. Cuando todo parece calculado, nada parece verdadero.

El tema que abandonaron a medias.-
La serie insinúa algo potencialmente interesante: la idea de que todo está orquestado, de que cada decisión que creemos tomar es en realidad parte de un plan superior. La amnesia como herramienta de control. Las casualidades como manipulación. El destino como programación.
Pero Citadel no tiene el coraje de explorar esto de verdad. Se queda en amagues, en guiños superficiales que nunca conducen a ninguna revelación significativa. Y esto frustra especialmente porque ahí había material para algo más inteligente. El espionaje es el terreno perfecto para cuestionar la autonomía personal: ¿quién decide realmente en un mundo de agentes secretos y conspiraciones? Pero no. Citadel prefiere otra persecución de coches, otra pelea coreografiada, otra revelación que viste venir desde el episodio dos.
La anestesia del entretenimiento.-
Aquí está la paradoja que me cuesta explicar: Citadel es entretenida. Si te sientas a verla sin expectativas, funciona. Se deja ver. No molesta. Pero tampoco existe más allá de los cuarenta y tantos minutos que dura cada episodio.
Es entretenimiento anestésico, diseñado para ocupar tu atención sin comprometer tus emociones. Como esos juegos de móvil donde acumulas puntos pero nunca avanzas realmente. Como esa comida de cadena que sabes que no es buena pero cumple cuando tienes hambre.

¿Y qué dice esto de nosotros? Porque yo vi los seis episodios. No lo hice obligado, nadie me apuntaba con un arma. En algún momento tomé la decisión consciente de seguir adelante, de invertir cinco horas de mi vida en esta historia que ahora apenas recuerdo. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué seguimos consumiendo lo que sabemos que nos dejará vacíos?
Tal vez porque el entretenimiento se ha vuelto más adicción que placer. Más hábito que elección. Pones la siguiente serie porque terminar una genera ansiedad, porque el silencio del salón sin imágenes en movimiento resulta incómodo. Y la industria lo sabe. Lo explota. Produce exactamente esto: contenido inofensivo, consumible, perfectamente diseñado para no molestar ni emocionar demasiado.
El precio de la cobardía creativa.-
Con 300 millones de dólares puedes hacer casi cualquier cosa. Puedes contratar a los mejores guionistas, a los directores más visionarios, puedes arriesgar con estructuras narrativas audaces. Puedes intentar crear algo genuinamente nuevo.
O puedes hacer Citadel. Un producto ensamblado según fórmula, testado en grupos focales, pulido hasta eliminar cualquier arista que pudiera incomodar a alguien. Seguro. Predecible. Muerto desde su concepción.
Y esto no es solo triste, es insultante. Porque, por no salirme de la temática del blog, ese dinero podría haber financiado veinte series pequeñas con algo que decir. En cambio, se fue en este monumento a la mediocridad cara. En esta demostración perfecta de que más dinero no significa mejor arte.

Amazon ha confirmado segunda temporada para 2026, después de cancelar los spin-offs independientes e integrar sus historias en la trama principal. Es revelador: en lugar de expandir el universo, lo están contrayendo. Porque es difícil expandir algo cuando ni siquiera has conseguido que el núcleo funcione.
¿Veré esa segunda temporada? Probablemente. Y eso me inquieta más que la serie en sí. Porque significa que el modelo funciona. Que podemos quejarnos todo lo que queramos, señalar los fallos, lamentar la mediocridad, pero al final seguiremos ahí, dándole al play, consumiendo lo que nos sirven.
Lo he dicho en primera persona, pero lo que realmente quiero es que lo pienses. Yo soy demasiado rebelde 😆

La pregunta que duele.-
¿Recuerdas la última vez que una serie te hizo sentir algo de verdad? No entretenimiento, no distracción. Algo real. Miedo, alegría, rabia, emoción genuina que te hiciera pausar el episodio porque necesitabas un momento para procesar lo que acabas de ver.
Citadel no te dará eso. No te dará nada, en realidad, excepto unas horas de ruido visual agradable. Y tal vez esté bien. Tal vez a veces solo necesitamos ruido.
Si esto es el futuro del entretenimiento de presupuesto astronómico, si estas son las historias en las que la industria decide invertir sus recursos, entonces quizás deberíamos preguntarnos qué estamos dispuestos a aceptar. Cuándo dejamos de exigir emoción y nos conformamos con mera ocupación del tiempo.
¿Tú qué sentiste viéndola? ¿Hubo algún momento que te hiciera levantar la vista de la pantalla y pensar en algo más allá de la trama? ¿O fue para ti, como para mí, simplemente una forma más de llenar el silencio?
Valoración #JaviFlim: 5,5

No hay comentarios:
Publicar un comentario