
Hay películas que te hacen reír. Otras te hacen pensar. Y luego están esas pocas, incómodas y necesarias, que te hacen reír mientras sientes un nudo en el estómago porque reconoces, con una mezcla de horror y vergüenza, que lo que estás viendo no es ciencia ficción. Es un documental del presente disfrazado de comedia del futuro. Y lo peor es que, mientras te ríes de los personajes, una vocecita incómoda te susurra: "Tú también, a veces".
Idiocracia es ese tipo de película. Y quizá por eso molesta tanto. Mike Judge, el creador de Beavis and Butt-Head, no es ajeno a retratar la estupidez humana, pero aquí va mucho más allá: la convierte en sistema, en civilización, en futuro inevitable.
La risa incómoda de reconocerse.-
Mike Judge nos vende una "americanada" descerebrada, una comedia aparentemente insulsa sobre un tipo que despierta quinientos años en el futuro y descubre que es el hombre más inteligente del planeta. La premisa es sencilla: la selección natural ha favorecido a los más idiotas porque, sencillamente, se reproducen más. El resultado es una humanidad embrutecida, infantilizada y manejada por corporaciones sin escrúpulos que les venden Brawndo (una bebida energética que usan hasta para regar las plantas porque "tiene electrolitos").

Pero bajo esa capa de humor burdo y situaciones grotescas late algo mucho más inquietante: una advertencia que ya no apunta al año 2505, sino a un martes cualquiera de 2025. Porque cuando ves a la gente del futuro alimentándose de comida basura, riéndose con vídeos de gente dándose de hostias, consumiendo únicamente contenido que no les exija pensar ni un segundo, y siendo gobernados por un expresidente luchador de pressing catch... ¿de verdad estamos hablando del futuro?
La incomodidad que provoca esta película no viene de su tosquedad formal —que la tiene, y mucha— sino de la precisión quirúrgica con la que disecciona nuestro presente. Y duele. Duele porque nos obliga a mirarnos en un espejo deformante que, en realidad, no deforma tanto.

El culto orgulloso a la ignorancia.-
(en el que todos participamos)
Hace más de quince años, Jesús Quintero pronunció en su programa El Loco de la Colina unas palabras que hoy resuenan con una actualidad escalofriante:
"Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate".
Y tenía razón. Terriblemente, tenía razón.
Jesús Quintero - El Loco de la Colina
Lo más aterrador no es que exista la ignorancia —que siempre ha existido— sino que ahora se celebra, se mercantiliza y se vende como un valor. El antiintelectualismo se ha convertido en una pose aspiracional. Leer es de snobs. Pensar críticamente es de amargados. Cuestionarse las cosas es de aguafiestas.
Y no me excluyo: también he pasado horas scrolleando vídeos de gatos, también he elegido la serie fácil antes que el libro exigente, también he sentido la pereza de pensar. La diferencia, quizá, es que en algún momento decidí que eso me incomodaba lo suficiente como para hacer algo al respecto. No una revolución, no un cambio radical. Simplemente: dudar. Cuestionar. Pensar.
He tomado la decisión consciente de no tragarme lo que me venden sin masticarlo antes. De preguntarme quién gana con que yo piense de determinada manera. De leer, de informarme, de contrastar. Y de compartir esas dudas con quien quiera escucharlas, sin pretender estar en posesión de ninguna verdad absoluta —que probablemente no existe— pero sí cuestionando el sistema que nos han montado.
No escribo esto desde un pedestal de superioridad moral. Lo escribo desde la trinchera de alguien que también está atrapado en la Matrix pero que ha decidido, al menos, intentar ver los cables. Y mi única intención es que quizá, solo quizá, alguien que lea esto se anime a mirar también. A dudar. A pensar. A preguntarse si las cosas tienen que ser necesariamente así.
Porque quien se atreve a señalar estas contradicciones se convierte inmediatamente en el pedante elitista de turno, en el aguafiestas, en el "conspiranoico". Pero no se trata de elitismo, se trata de supervivencia cultural. Se trata de preguntarnos si queremos ser una sociedad que piensa o una que solo consume. Y cada persona que decide cuestionar, aunque sea un poco, es un pequeño triunfo contra la Idiocracia.
La televisión, los telediarios, las redes sociales... ¿Cuántos minutos se dedican a los deportes? ¿Cuántos a contemplar las miserias fabricadas de "famosos" cuyo único mérito es exhibir su mediocridad en alta definición? A la mayoría le gustan esas patéticas exhibiciones. Y como la mayoría paga —y vota— ya tenemos una bazofia aprobada por consenso que inunda todas las pantallas, todos los algoritmos, todos los feeds.
Quintero añadía que estos "analfabetos son los peores" porque han podido acceder a la educación, saben leer y escribir, pero no ejercen. Han tenido acceso al conocimiento y han decidido, conscientemente, darle la espalda. Ese es el verdadero drama: la ignorancia elegida, la mediocridad voluntaria, el orgullo de no saber.

Las corporaciones del futuro... que ya están aquí.-
Pero no nos engañemos atribuyendo toda la culpa a la estupidez individual. En Idiocracia, el planeta pertenece a dos o tres corporaciones que han logrado algo extraordinario: adueñarse de la psique colectiva. Han conseguido que la gente no solo consuma su basura, sino que la defienda, que la ame, que se identifique con ella.
¿Suena exagerado? Haced el experimento de ir al centro de varias ciudades europeas y veréis que poco a poco todas son iguales. La misma calle comercial. Los mismos Starbucks. Las mismas hamburgueserías. Las mismas tiendas de ropa. La globalización no es solo económica, es cultural, es mental. Estamos perdiendo nuestras señas de identidad en favor del dominio de unas multinacionales que han convertido el mundo en un gigantesco centro comercial donde todos consumimos lo mismo, pensamos lo mismo y aspiramos a lo mismo.
Y lo más perverso es que lo han hecho con nuestro consentimiento. No me excluyo. Nadie me obliga a comprar en esas cadenas, a comer esa comida basura que envenena el cuerpo y embota el cerebro, a consumir ese entretenimiento que no exige nada de mí. Lo elijo. O creo que lo elijo, cuando en realidad he sido condicionado desde la infancia para desear precisamente eso. Todos lo hemos sido.

Una película imperfecta sobre un mundo enfermo.-
Siendo honesto: como pieza cinematográfica, Idiocracia deja mucho que desear. Le daría un aprobado muy raspado. La película comienza con un inicio demoledor, cínico y brillante que atrapa inmediatamente. Pero a medida que avanza, se va deslizando hacia el humor más burdo, pierde fuelle, se le acaban las ideas. Es irónico y trágico a la vez: una película que denuncia la estupidez acaba cayendo en su propia trampa, ahogada por su incapacidad para mantener el nivel de su premisa.
Quizá Judge eligió deliberadamente esa forma —la comedia banal, la risa fácil, el humor de tres al cuarto— como el vehículo perfecto para que el mensaje llegara a todos. Quizá es el medio idóneo para una película que quiere hablar precisamente de cómo lo banal ha conquistado el mundo. O quizá, simplemente, no supo estar a la altura de su propia idea.

Pero eso, curiosamente, no importa demasiado. Porque como crítica social, como advertencia sobre el abismo al que nos dirigimos, esta película merece un notable alto o un sobresaliente. Como espejo deformante de nuestra realidad cotidiana, como diagnóstico del presente disfrazado de sátira futurista, Idiocracia es una obra necesaria, valiente y brutalmente honesta.
El futuro ya está aquí.-
Lo que Judge nos presenta no es un futuro con megatecnología y coches voladores. Es algo mucho más verosímil y aterrador: un futuro —casi un presente— donde las consecuencias de nuestro estilo de vida, nuestra alimentación, nuestras aspiraciones, nuestra pérdida de valores y la destrucción del medio ambiente han pasado factura a la especie humana.
No hace falta irse al año 2505 para encontrar gente que se alimenta exclusivamente de comida basura, cuyos cerebros están mal nutridos porque sus cuerpos están mal nutridos. No hace falta imaginarse un futuro distópico para ver una sociedad que discrimina a los diferentes, que consume únicamente titulares sensacionalistas y tetas, que hace espectáculos de la violencia y la humillación pública, que está completamente globalizada bajo el yugo de unas pocas corporaciones todopoderosas.

¿Te suena de algo? Y sin embargo, la mayoría de los usuarios en plataformas de cine han ninguneado esta película, le han puesto notas ridículas, la han arrinconado junto a comedias intrascendentes del estilo American Pie o Scary Movie. ¿Por qué? Quizá porque verse reflejado en algún momento produce cierta vergüenza. Porque es más cómodo pensar que esto va de estadounidenses idiotas del futuro que aceptar que va de nosotros, aquí y ahora.
Quizá la gente no ha entendido la afilada crítica del guion. O quizá la ha entendido demasiado bien y por eso prefiere mirar hacia otro lado.

La pregunta incómoda.-
Al final de los créditos hay un mensaje del tipo "El que la sigue, la consigue". Una frase optimista, motivadora, propia de las películas estadounidenses con moraleja edificante. Pero después de hora y media viendo el colapso civilizatorio al que nos encaminamos, ese mensaje suena más a ironía cruel que a esperanza real.
Porque la gran pregunta que plantea Idiocracia —la pregunta que todos deberíamos hacernos cuando apagamos la pantalla— no es si ese futuro grotesco llegará.
La pregunta es mucho más simple y más terrible: ¿Cuántas veces hoy has elegido la comodidad sobre el pensamiento? ¿Cuántas veces has preferido no saber, no pensar, no molestarte?

Porque cada vez que eliges el entretenimiento fácil sobre algo que te exija algún esfuerzo, cada vez que pasas de largo ante la cultura porque "no te apetece", cada vez que consumes sin cuestionar, estás votando. Estás eligiendo el mundo en el que quieres vivir. Estamos construyendo el futuro de Idiocracia decisión a decisión, clic a clic, scroll a scroll.
Y no, no se trata de ser un monje asceta que renuncia a todo placer. Se trata de algo mucho más básico: ¿somos todavía capaces de esforzarnos por algo más que la gratificación inmediata? ¿Podemos recuperar el valor del pensamiento, de la lectura, de la conversación profunda, de todo aquello que nos hace humanos más allá del simple consumo?
No tengo la verdad absoluta. Probablemente nadie la tiene. Pero sí tengo dudas, muchas dudas sobre el mundo que nos están vendiendo. Y he decidido que esas dudas merecen ser compartidas, discutidas, pensadas. Porque si entre todos, los que estamos dispuestos a cuestionar aunque sea un poco, conseguimos que unas cuantas personas más se paren a pensar, a dudar, a preguntarse si las cosas tienen que ser necesariamente así, entonces quizá, solo quizá, el futuro de Idiocracia no sea inevitable.
Yo he elegido dudar. ¿Y tú?
Valoración #JaviFlim: 6,5
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También puedes buscar novelas que hablen del concepto de Idiocracia, que las hay y algunas son muy buenas.

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