
Hay películas que te entretienen. Otras que te hacen pensar. Y luego están esas pocas que te dejan con una sensación extraña en el estómago, como si acabaras de descubrir que el suelo bajo tus pies quizás no sea tan sólido como creías. Nivel 13 (1999) pertenece a esta última categoría, y lo hace con una elegancia que, veintiséis años después, sigue siendo inquietante.
Josef Rusnak, de la mano de Roland Emmerich como productor, nos trae una adaptación de Simulacron-3, la novela de Daniel F. Galouye publicada en 1964. Y aquí viene el primer dato que te hará replantearte todo: en 1964, cuando los ordenadores ocupaban habitaciones enteras y la mayoría de la gente ni siquiera había visto uno, Galouye ya estaba imaginando simulaciones dentro de simulaciones, personajes virtuales con conciencia propia que no saben que son programas. Sesenta años antes de que habláramos de metaversos y realidad virtual, este tipo ya estaba preguntándose qué diablos significa "ser real".
La película llegó en el peor momento posible: apenas unos meses después de Matrix. Y claro, todos la compararon. Todos asumieron que era una imitación tardía intentando subirse al carro. Pero aquí está la ironía histórica: tanto Matrix como Nivel 13 adaptan conceptos de esa misma tradición literaria de ciencia ficción que Galouye ayudó a crear. No es que Rusnak copiara a los Wachowski; es que ambos bebieron de la misma fuente visionaria. Y mientras Matrix se decanta por la acción espectacular y la revolución contra las máquinas, Nivel 13 opta por algo más perturbador, más íntimo, más... noir.

Una historia con pedigrí literario.-
La premisa es sencilla en apariencia: tres programadores han creado una simulación perfecta de 1937, tan detallada que los personajes dentro de ella han desarrollado conciencia propia. Cuando el director del proyecto es asesinado, su ayudante debe adentrarse en esa Los Ángeles virtual para encontrar pistas. Pero aquí está el truco: ¿y si nosotros también estamos dentro de una simulación? ¿Y si esa simulación está dentro de otra? ¿Dónde diablos terminan las capas de realidad?
Lo fascinante es que Galouye planteó esto en plena Guerra Fría, en una época donde la estadística empezaba a usarse para predicciones meteorológicas y análisis de mercado. Él vio el futuro: imaginó que si podías simular el clima, ¿por qué no simular una sociedad entera? Y con esa intuición escribió una de las primeras descripciones literarias de la realidad virtual. No era ciencia ficción especulativa; era profecía tecnológica.
La ambientación que no necesita pirotecnia.-
Una de las cosas que me han gustado, al ver la película, es cómo consigue crear su atmósfera tecnológica sin necesidad de efectos especiales descomunales. Unos cuantos ordenadores con luces parpadeantes, una dirección de fotografía cuidada y mucho esmero visual son suficientes para transmitir esa sensación de futuro cercano y realidad alterada. La parte ambientada en 1937 está trabajada con un mimo exquisito, con esa estética de cine negro que funciona no solo como homenaje estético, sino como contraste brutal con el presente tecnológico.
Y hablando de contrastes: la película juega constantemente con esa dualidad. Lo analógico frente a lo digital. Lo "real" frente a lo simulado. Lo moral frente a lo amoral. Porque sí, hay que decirlo: Nivel 13 no es una película que te tome de la mano para llevarte por el camino del bien. Tiene ese tono descarnado, violento en ocasiones, que recuerda a los mejores thrillers de los años 40, donde los protagonistas no siempre eran ejemplares ciudadanos.

Cuando los personajes no saben que son personajes.-
Aquí es donde la película —y antes que ella, la novela de Galouye— me dejó pensando durante algún tiempo. Conecta perfectamente con ese concepto que exploraba Free Guy: ¿qué pasa cuando los personajes dentro de una simulación no saben que están en una? Para ellos, su vida es completamente real. Sienten, sufren, aman, odian. Tienen aspiraciones, miedos, rutinas. ¿Quiénes somos nosotros para decirles que "no son reales"?
Y ahora vamos a rizar el rizo, como diría mi yo del párrafo anterior mientras veía la película: imagina que esos personajes de videojuego creen que su vida es lo único que existe. No conciben nada más allá de su mundo digital. Nos ponemos en su lugar por un momento y... ahora imagina que nosotros, como creadores de ese juego, de repente nos damos cuenta de que estamos dentro de otra simulación un nivel más arriba.
¿Ves hacia dónde voy? Si eres capaz de imaginar eso, ¿puedes responder honestamente a la pregunta de qué es real?
Porque la película plantea exactamente ese vértigo existencial. No te da respuestas fáciles. No te dice "esto es real y esto no lo es". Te deja ahí, flotando en una incomodidad filosófica que, personalmente, me encanta. Es como Ex Machina o la propia Matrix pero llevado un paso más allá: si una inteligencia artificial desarrolla sentimientos genuinos, si experimenta emociones que para ella son absolutamente reales, ¿con qué autoridad moral podemos decir que "no cuenta"? ¿No es la experiencia consciente lo que define la realidad?

El mensaje que incomoda (y que debería).-
Nivel 13 es, en el fondo, una película sobre hacia dónde nos dirigimos como sociedad o, mejor dicho, sobre lo que podemos llegar a descubrir sobre nosotros mismos. En 1999, adaptar una novela de 1964 que imaginaba realidades virtuales parecía un ejercicio retro-futurista. Hoy, con la realidad virtual, la inteligencia artificial generativa y los metaversos corporativos, esas preguntas ya no suenan tan descabelladas.
Galouye, en su novela, ya planteaba una sociedad obsesionada con las encuestas de marketing, donde hordas de encuestadores acosaban constantemente a la población para conocer sus preferencias de consumo. Creó Simulacron-3 precisamente como una herramienta de prospección de mercado: ¿para qué molestar a gente real si puedes preguntarle a tus ciudadanos virtuales? Suena familiar, ¿verdad? Hoy lo llamamos algoritmos predictivos, análisis de big data, perfiles de usuario. Él lo vio venir sesenta años antes.

La película tiene un mensaje profundo sobre nuestro creciente afán de escapismo hacia paraísos ficticios. Sobre nuestra cultura de la imagen. Y sí, la idea probablemente daba para más, podría haberse explorado con mayor profundidad filosófica, pero tal y como está construida, sostiene perfectamente la intriga hasta ese desenlace sorprendente que no voy a desvelar pero que te deja con más preguntas que respuestas. No el desenlace en sí, sino el mensaje que la película tiene dentro.
La duración, poco más de 90 minutos, es otro acierto. Nada de relleno innecesario, nada de escenas que se alargan por alargar. Todo está al servicio de la historia, del misterio, de esa tensión que va in crescendo.
La puesta en escena que nadie menciona.-
Rusnak demuestra aquí un dominio visual notable. La planificación es rica, la resolución visual sugestiva. Hay momentos que recuerdan al estilo denso y opresivo de Seven, esa atmósfera claustrofóbica donde sabes que algo terrible va a pasar pero no sabes exactamente qué. Otros momentos tienen esa desnudez formal incómoda de Gattaca, donde la perfección estética esconde una frialdad desasosegante.
El reparto, discreto pero eficaz, está completamente entregado. No son nombres que hagan taquilla, pero cada actor entiende el tono que requiere la historia. Esa mezcla de thriller noir con ciencia ficción filosófica no es fácil de interpretar sin caer en el melodrama o en la sobreactuación, y aquí encuentran el equilibrio justo.

De 1964 a 2025: sesenta años de la misma pregunta.-
Lo que me encanta de esta secuencia, novela de 1964, película de 1999, reseña en 2025, es que la pregunta central no solo no ha perdido vigencia, sino que se ha vuelto más urgente. Cuando Galouye escribió su novela, la realidad virtual era pura fantasía. Cuando Rusnak la adaptó, internet empezaba a despegar y los videojuegos en 3D eran novedad. Hoy vivimos en una era donde pasamos horas diarias en mundos digitales, donde las IAs comienzan a mostrar comportamientos que se parecen inquietantemente a la conciencia, donde los límites entre lo real y lo virtual se difuminan constantemente.
Nivel 13 no te da un manual de instrucciones sobre cómo lidiar con todo esto. No te ofrece soluciones. Te pone frente a un espejo y te pregunta: ¿estás seguro de lo que es real? Y lo hace con una historia de intriga bien construida, una ambientación cuidada y ese tono entre amoral y descarnado que el mejor cine negro siempre ha tenido.

¿Por qué esta película merece una segunda oportunidad?.-
Porque llegó en mal momento, sí. Porque Matrix se llevó toda la atención, también, y esto no es una crítica a Matrix, que me encanta, sino un aporte de datos. Pero principalmente porque plantea preguntas que hoy son más relevantes que nunca, preguntas que llevan haciéndose desde hace sesenta años y que seguimos sin poder responder satisfactoriamente.
¿Es una obra maestra? No necesariamente. ¿Es perfecta? Tampoco. Pero es una película honesta, valiente en sus planteamientos y lo suficientemente inquietante como para quedarse contigo mucho después de los créditos finales. Es la adaptación de una novela pionera que imaginó nuestro presente cuando ese presente era ciencia ficción pura. En una industria obsesionada con dar respuestas y cerrar todas las tramas, Nivel 13 tiene el valor de dejarte con la duda. Y esa duda, créeme, es valiosa.
Porque al final, quizás la pregunta no sea si vivimos en una simulación o no. Quizás la pregunta real sea: si viviéramos en una, ¿cambiaría algo? Si tus experiencias, tus emociones, tus relaciones son genuinas para ti, ¿importa realmente el sustrato sobre el que se construyen?
La película no responde. Galouye tampoco respondió en 1964. Yo tampoco voy a hacerlo, fundamentalmente porque no tengo esa respuesta. Pero te dejo con esto: cuando termines de ver Nivel 13, mira a tu alrededor. Mira tu vida cotidiana. Y pregúntate, honestamente, ¿cómo sabes que esto es el nivel más alto de realidad?
Y ahora te toca a ti: Si descubrieras mañana que vives en una simulación, pero que tus sentimientos y experiencias son genuinos para ti, ¿cambiaría algo en cómo vives tu vida? ¿O seguirías exactamente igual?
Valoración #JaviFlim: 8,5

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